Saturday, January 24, 2009

Artrópodo

Dentro de miles de años, cuando los antropólogos descubran nuestros restos, llegarán a la conclusión de que entre el homo digital y el analógico hubo intercambio cultural i genético, como se sospecha ahora que hubo entre el Neandernthal y el sapiens. Y no se equivocaran. Hay de hecho mujeres digitales que se enamoran de hombres analógicos y hombres analógicos que hacen sus compras semanales en establecimientos digitales. Parece mentira que entre dos dimensiones de la realidad tan alejadas entre sí, se produzca este ir i venir de semen o de productos gastronómicos.

Personalmente, aunque soy analógico, no es raro que por las noches me deslice como una sombra hasta mi estudio para abrir sigilosamente el ordenador y hacer incursiones en el territorio de los seres virtuales. Me gusta ver sus campamentos, apreciar el fuego de sus hogueras, escuchar los cantos de sus mujeres i sus niños. Según los expertos si ahora cogieramos un Nearthental y le pusieramos una corbata y le soltaramos en medio de la Quinta Avenida de Nueva York, pasaría por Homo sapiens (de la variedad analógica, suponemos). Sin embargo, yo he intentado varias veces disfrazarme de digital al entrar en Internet, pero me descubren en seguida, creo, sobre todo, por mis peculiaridades sintàcticas i ortogràficas. Una vez conocí a una mujer virtual a la que, pese mi procedencia analógica, no le disgustaba, y cuando intente concertar con ella una cita, fuera de la red, en cáceres o en Roma, no puse condiciones, me dijo que no, que los analógicos matábamos mucho en esa clase de encuentros contra natura. Y me recordó dos o tres casos que la verdad, le ponian a uno los pelos de punta.

Ahora he encontrado un chat dónde caigo bien por que les gusta oir historias de mi matrimonio analógico y de mi reloj de esfera, y de una maquina de escribir con la que construyo poemas geométricos. Luego al amanecer vuelvo a la cama y pienso que la existencia virtual es la única llamada a sobrevivir, quizá los antropólogos del futuro sean capaces de reconocer que los hombres y mujeres reales mantuvimos, como el Neanderthal frente al sapiens, una postura de perplejidad que, aunque analógica, también dolia.
Reflexión del artrópodo,
Juan José Millàs.

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